La reflexión sobre el ejercicio de poder y el gobierno justo a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII no solo se discute en numerosos tratados políticos, sino también sobre los escenarios teatrales. Las comedias que indagan en las estructuras del poder, el funcionamiento, conductas y modos de proceder de los poderosos, el modelo de rey, el arte del buen gobierno, o la situación del valido son muy abundantes en el Siglo de Oro; un periodo de profunda crisis, no solo política, en el que se intenta mostrar una doctrina general sobre el monarca y el ars gubernandi, bien a modo de espejo de príncipes, bien como ejemplo a contrario.
La visión que se proporciona de la figura del rey se ajusta a los parámetros y criterios que constituyen y definen el código del que es uno de los temas esenciales del género teatral: el de la monarquía teocéntrica. A través de este sistema, se establece que el poder procede de Dios, quien lo da al rey para que lo ejerza de manera correcta. Si el monarca se comporta de acuerdo a su papel y cumple la función y misión que le ha sido encomendada por Dios, se le puede considerar un monarca justo.
No obstante, aunque esta sea la perspectiva más frecuente, en las comedias áureas también es posible detectar comportamientos errados y equivocados en los reyes: si se comporta como un simple mortal, haciendo de su gusto la ley, el monarca puede terminar cometiendo errores que repercuten negativamente en el orden social. La explicación a este modo de proceder del rey se explica mediante un desdoblamiento de su figura; un doble cuerpo, al que alude en muchas ocasiones el propio monarca: por un lado, el cargo; por el otro, el hombre. O en el caso que aquí se trata, la mujer, sobre la que recae la responsabilidad del gobierno de sus reinos.
Al igual que ocurre con la figura del rey, se pueden distinguir también dos grupos de obras según el modelo de reina que se presente: por una parte, aquellas que exaltan a mujeres ilustres e intachables desde el punto de vista de la conducta moral. Las mujeres representadas en estos textos dramáticos son personajes excepcionales, que se caracterizan por poseer virtudes que no se consideraban en aquella época propiamente femeninas, como son la fortaleza de espíritu, el arrojo, la templanza, la magnificencia o la continencia, así como la capacidad de liderazgo, la habilidad militar y el valor guerrero. Rasgos, todos ellos, por los que reciben la denominación de mujeres varoniles. Por otra parte, también se llevan a escena reinas de reputación ambigua o con fama de malvadas y perversas, que responden al tópico del mal gobernante y que se caracterizan por presentar los vicios opuestos a las virtudes antes mencionadas: debilidad de espíritu, temeridad o injusticia, entre otros.
(Resumen de la comunicación leída en el congreso de AISO de julio de 2011)